Stephen Ferry (Cambridge, Massachusetts, 1960) habla un español fluido, con una divertida mezcla entre acento estadounidense y modismos colombianos, adoptados en sus largos años de vida en la tierra de García Márquez. Ahí ha desarrollado buena parte de su trabajo: su recién publicado libro La batea, dedicado a la minería artesanal de oro en ese país, otro sobre la vida en Medellín, y el premiado Violentología, el producto de una década de investigación de a través del cual explica el proceso de violencia colombiano, entre otros.
Aprovechando que es uno de los profesores invitados del Máster de Fotografía Documental del Centro de la Imagen que se inicia en marzo próximo, nos conectamos por Skype y hablamos de su trabajo y de lo que él denomina “fotografía de no ficción” práctica que, en la encrucijada actual de “hechos alternativos” y posverdad, nos vemos obligados a repensar, pues es un oficio basado, precisamente, en revelar los hechos y buscar la verdad.
“En realidad hay una suerte de misterio en el centro de todo esto”, dice cuando intenta explicar su relación con América Latina. “Yo estudié Historia de América Latina en la Universidad y mi hermana, que es antropóloga, ha enfocado su trabajo también en esta región. Y no es que tengamos familia latina…” dice entre risas. “La verdad es que no sabemos cuál ha sido la influencia que nos hizo interesarnos por esta parte del mundo”.
En su caso, sin embargo, la raíz de la relación puede estar en su temprano contacto con la literatura latinoamericana. “Cuando estudiaba español en el colegio leímos a García Márquez, a Cortázar, a Carpentier a Borges… una serie de autores que para mí fueron fascinantes y que, de alguna forma, despertaron una serie de imaginarios. Esa debe ser una de las razones”.
Pero antes de interesarse por la historia, Stephen ya era un fotógrafo aficionado. “Crecí cerca de una tienda fotográfica que era como un imán para personas interesadas. Y yo era un ‘pelado’ [niño] y seguramente molestaba mucho, pero ellos me toleraron y me enseñaron a revelar como a los 12 años. Para cuando fui a la universidad, ya tenía el deseo de ser fotógrafo”.
Mientras Stephen crecía en Boston, la Guerra de Vietnam estaba en su apogeo y era un tema central de discusión en su entorno. “Yo no tengo hermanos mayores, por eso nadie de mi familia fue llamado a pelear, pero era un tema álgido. Y, de ahí, cuando estaba en la universidad, vinieron todos los conflictos en Centroamérica: Nicaragua, El Salvador, Guatemala. Y fue entonces que me dediqué a ver qué hacían los fotógrafos de prensa al cubrir esos conflictos: esas fotos que fueron portadas de revistas y periódicos fundieron el trabajo de reportaje y la idea de América Latina como una sola cosa en mí”.
En 1995, Stephen llegó a Colombia como invitado para dar un taller en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez. “Fue una experiencia maravillosa por lo que es la Fundación y por el mismo Gabo… Pero lo más importante fueron los compañeros que asistieron a los talleres y me educaron con sus fotografías y sus relatos sobre el conflicto en Colombia y la seriedad de la situación de los derechos humanos ahí. Fue entonces que decidí quedarme y enfocarme en ese tema”.
De ahí surgiría Violentología. Un manual del conflicto colombiano (2012), una magnífica combinación de investigación factual y de fotografía histórica con fotografías tomadas por el propio Stephen que ganaría la primera edición del premio Tim Hetherington otorgado por World Press Photo y Human Rights Watch y es todo un hito en el oficio. Sobre él, Stephen es parco: “Considero que la fotografía de no ficción, por decirlo así, es una forma de escribir un primer borrador de la Historia. Es crear documentos, ojalá sustentados, que pueden servir posteriormente para que uno mismo y otras personas puedan entender mejor lo que ha pasado”.
Es importante el énfasis que pone en el sustento de la documentación, porque es algo que se pone en tela de juicio cada vez más en esta época dominada por la maleabilidad de la información. Así que le pregunto precisamente por eso. Su respuesta: “Por un lado veo que nuestro trabajo es más crucial que nunca. Yo soy bastante tradicional en cierto sentido, es decir que creo que hay parámetros o protocolos de buenas prácticas que es importante respetar. Y como las herramientas digitales nos dan una extraordinaria plasticidad frente a la imagen, es muy importante ser estrictos en ese sentido: si uno está utilizando esas herramientas, debe hacerlo de forma muy explícita y dejarlo muy en claro para el público, para no crear confusión”.
“Habiendo dicho eso, al mismo tiempo creo que estamos pasando por un momento en que hay muchos fotógrafos documentales que están desarrollando nuevas formas de narrar que puede que se consideren artísticas o no convencionales y que son muy válidas. Es muy bueno ver que hay formas de narrar en forma de no ficción pero con mucha imaginación y mucha alma, sin ser aburridamente apegados a los hechos”.
“Yo trato de mirar y aprender de muchas cosas interesantes que otros están haciendo en la web, pero realmente me enamoré del proceso de construir ese objeto físico que es el libro. En parte eso viene de la preocupación por el hecho de que, en el caso de Violentología por ejemplo, mucha de la información que yo utilicé ya desapareció de la web. En ese sentido, es más difícil suprimir un libro ya publicado, sobre todo si te aseguras de que ese libro esté en las bibliotecas y los archivos públicos. Eso me parece muy importante en esta era de manipulación extrema de las redes sociales y de la información. Hay gente interesada en suprimir las historias que no les convienen. Son las historias controvertidas, las que pueden oponerse a la versión oficial de las cosas, las que deben asegurarse de forma impresa”.
En cuanto a la importancia de la cooperación entre imagen y palabra escrita, Stephen es también un clásico. “Hay fotolibros, como uno que me mostró hace poco Musuk Nolte que hizo junto con Leslie Searles, en el que han logrado narrar casi sin una sola palabra, de una forma maravillosa y muy interesante. Pero la relación que trato de desarrollar entre texto e imagen en mi caso es distinta”.
Stephen desaparece de la pantalla por un momento y regresa con un ejemplar de La batea, el libro que acaba de publicar con su hermana. “Este libro está compuesto por ensayos fotográficos, pero cada uno tiene un ensayo escrito al principio. Pensamos mucho en cómo integrarlos en el diseño de tal modo que no compitieran, que no te distrajeran el uno del otro. Sobre todo porque, en un tema como este, hay mucha polémica: hay muchos estigmas acerca de los pequeños mineros, como en el Perú. Obviamente hay muchos de ellos que depredan el medio ambiente, pero no son todos. Y muchas veces ese estigma obedece a los intereses de grandes corporaciones o de grupos mafiosos que quieren el oro que ellos extraen”.
Como suele decirse, el diablo reside en los detalles. Es por ello que Stephen y su hermana se agenciaron dinero de una campaña en Kickstarter para poder contratar a dos periodistas para la investigación y la comprobación de datos. “Me parece que el trabajo colaborativo es muy importante hoy en día. Además es una forma de asentar el trabajo grupalmente, es decir, no tengo nada en contra de los fotolibros de autor ni nada en contra de la expresión artística de cada uno, pero en mi caso me gusta asentar el trabajo en una tradición de investigación que va más allá de mí”.
La conversación, lamentablemente, tuvo que llegar a su final, pero la continuaremos pronto, cuando Stephen venga en junio a Lima a ofrecer un taller de producción documental como parte del Máster de Fotografía Documental del Centro de la Imagen.
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