La memoria y el archivo han sido el objeto de reflexión y el disparador de los más recientes proyectos artísticos de Astrid Jahnsen. El reclamo ante el olvido, el rescate de la memoria y la construcción de una nueva relación con el pasado han sido etapas en un derrotero que comenzó como una simple búsqueda del pasado oculto en los documentos y ha terminado siendo una interpelación de los documentos mismos.
En “Reencuentro”, un paquete de negativos comprado casi al azar en Internet la llevó a reconstruir la historia de un emblemático barrio del Rímac antes de que este prácticamente desapareciera por la construcción del puente Santa Rosa a inicios de la década de 1960. En “Revelados”, Astrid hizo que un conjunto de efigies de tamaño natural de algunos de los personajes fotografiados por Eugenio Courret tomara las calles del centro de Lima en protesta contra el olvido. Y, en “Fotografía Central”, registró los interiores del estudio de Courret tal y como están hoy en día, pero utilizando la antigua técnica del colodión húmedo –la misma con la que el propio Courret hizo sus primeras fotos en el Perú– para establecer un metafórico puente entre el pasado perdido y el presente.
Con el tiempo, sin embargo, su mirada se ha ido afinando y ha empezado a ver más allá. Si bien toda fotografía antigua y todo libro viejo son posibles puntos de partida para empezar a reconstruir el pasado, esa reconstrucción puede operarse de diversas maneras. Dependiendo de la disposición y del instrumental que uno tenga para arrancarle a los documentos el pasado que guardan, lo que estos revelarán será distinto.
Es algo que Astrid comenzaría a comprobar al refotografiar antiguas y anónimas fotos compradas al peso en la cachina o las láminas que ilustran las páginas de ya desfasadas enciclopedias del siglo pasado. Enfocadas con un macro, secciones enteras de esas imágenes quedan nubladas y solo algunos detalles aparecen en foco. Ese efecto no solo le permite seleccionar aspectos específicos de las fotografías –los personajes que pasean al fondo, algún cartel que forma, apenas, parte del decorado general–. Al ampliarlas, el macro revela también el grano del papel fotográfico o los puntos de la matriz de la imprenta: es decir, la trama que constituye a la imagen como objeto físico: un conjunto de puntos que nuestra percepción unifica y convierte en unidades de sentido.
La exposición “De rodillas” de Jahnsen surge de la compra de 82 libritos pornográficos de los años 60. De hechura artesanal –engrampados y tipeados a máquina– estos relatos subidos de tono, que llevan títulos como “Las excitaciones de la carne”, “La inabordable señorita Vanessa” o “Esclavos del sexo”, vienen ilustrados con fotos eróticas de diversa proveniencia. Este material, que recuerda en cierto modo las novelitas que ‘El Poeta’ les vendía a sus compañeros en “La ciudad y los perros”, se convierte en objeto de escrutinio para la artista quien, armada con un lente macro, explora y reproduce el material, no sin cierta fascinación.
Sus imágenes, que resaltan apenas algunos detalles de lo que reproducen y dejan nublado el resto, se van convirtiendo poco a poco en una metáfora visual del modo en que Jahnsen empieza a comprender el material que tiene entre manos. Su manera de ver a través del macro se convierte en metáfora de una verdad evidente pero que solemos pasar por alto: si miras lo suficientemente de cerca, descubrirás cómo están hechas las cosas. Llevada al plano conceptual, esta herramienta visual revela la trama ideológica de los documentos que, vistos de cerca –es decir, con el instrumental crítico adecuado–, revelan sus costuras: los prejuicios, preferencias, distorsiones e injusticias inherentes a toda perspectiva comienzan a saltar a la vista.
Y es ese el resultado del escrutinio que realiza la artista, uno que, en sus propias palabras, la lleva a una inexorable conclusión: “Descubro que las fotos pornográficas de esa época, las fotos de los periódicos y de las revistas, las fotos de las enciclopedias… todas fueron tomadas desde un cuerpo masculino. Y comienzo a recordar cada libro, cada texto y cada imagen frente a mis ojos cuando era niña, en el colegio, en la biblioteca, en el periódico que llegaba a mi casa, en la incuestionable enciclopedia… todo desde el punto de vista de un hombre”.
En “De rodillas”, en particular, eso que la mirada de Astrid nos revela es la constitución del deseo y lo sexualmente deseable a partir de la mirada masculina y, ciertamente, en ausencia –sino en detrimento de– la femenina. Estos libritos pornográficos sirven para poner de manifiesto la sujeción que sobre la mujer ejerce la mirada masculina: el ponerla de rodillas, como tan bien expresa la frase de uno de los relatos que Astrid ha escogido para título de la serie.
Pero –no nos engañemos– no hablamos aquí solo de un poder que se ejerce únicamente en los predios de lo explícitamente sexual. De lo que nos habla Astrid es de un poder que se ejerce en todos los ámbitos; lo que ella nos enseña a ver es que cualquier documento, bien visto, nos revelará el papel que (no) han tenido –y que en muchos casos aún no tienen– las mujeres en la narrativa de la historia o en la participación en la ciencia, el arte o la política –por mencionar tan solo algunos ejemplos–. De rodillas es tan solo un caso particular que permite mostrar una verdad mucho mayor. Ahora que nuestros ojos han sido abiertos, nos toca mirar, de verdad.
De rodillas puede visitarse de lunes a viernes de 9 a.m. a 9 p.m. y los sábados de 9 a.m. a 5 p.m. en la galería El Ojo Ajeno, Av. 28 de Julio 815, Miraflores hasta el 8 de marzo. Ingreso libre.
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