Hacer de cada imagen un ritual. Darse el tiempo de pensar cada toma, disfrutar con la anticipación. Dejar atrás el acto de fotografiar de forma compulsiva. Ir en busca de una conexión más íntima con la imagen lograda: permitir que el azar, la sorpresa y el error sean parte del proceso.
Mientras la tecnología digital domina la producción actual de imágenes por su fácil acceso y bajo costo, la fotografía análoga se mantiene como mucho más que un viaje a la nostalgia. Un proceso que privilegia la contemplación y que sigue siendo elegido tanto por amateurs como por fotógrafos experimentados al momento de producir sus imágenes.
Y es que aunque en los últimos años se venga hablando de un 'resurgimiento' del proceso químico –tomar la fotografía con una cámara de rollo, revelar la película y luego ampliar las copias en el cuarto oscuro–, lo cierto es que esta técnica nunca fue dejada de lado. Por el contrario. Si bien se ha masificado el uso del proceso digital, son las características propias de la fotografía análoga, su estética y el grado de trabajo que exige del fotógrafo, las que la hacen la favorita de muchos.
Por ejemplo, la fotógrafa estadounidense Sally Mann escapa de la perfección de la fotografía digital y recurre al proceso de colodión húmedo –que data de finales del S. XIX– para su trabajo.
Mientras tanto, el célebre Thomas Ruff –conocido representante de la Escuela de Düsseldorf– combina en su serie Nudes lo análogo y lo digital: Se apropia de imágenes pornográficas de Internet, las trabaja en digital para luego hacer la copia final en papel fotosensible y revelarlo con el proceso químico. Ya sea mezclando ambas técnicas o rompiendo las reglas para crear unas nuevas, el mundo análogo pone la experimentación con el medio y sus límites al servicio de la visión del fotógrafo.
Mientras tanto, desde Chile Juan López y Sebastián Fernández Palumbo, impulsores del Proyecto f11, recorren toda Latinoamérica entrevistando a fotógrafos que dominan procesos análogos (mira la nota que hicimos sobre ellos aquí). A su paso por nuestro país, conversaron con fotógrafos como Roberto Huarcaya, Samuel Chambi o Jaime Rázuri, representantes de distintas generaciones que han mantenido al proceso tradicional como parte neurálgica de su producción fotográfica.
Para quienes recién comienzan a descubrir la fotografía -y siempre han trabajado con fotografía digital-, iniciarse en el proceso análogo puede ser a la misma vez una aventura y un reto: significa sumarle a tu trabajo una dimensión artesanal que permite añadirle cercanía y personalidad a la pieza.
Para quienes quieran estudiar este proceso, el Centro de la Imagen ofrece el taller de fotografía análoga en blanco y negro. Dictado por Giovanni Padilla, el curso está abierto a personas de todas las edades y sin experiencia previa, y abarca desde los fundamentos de la fotografía -el uso de la cámara en modo manual, el control de la apertura, velocidad y sensibilidad de la película- así como sesiones en laboratorio.
Cada fotografía que sale del laboratorio es única. El proceso análogo enseña a concentrarse en el trabajo, a discernir qué fotografiar y que no. A reconocer la belleza en la imperfección. También es aprender a trabajar a conciencia y un poco a ciegas, ya que solo después de revelar las imágenes se descubre el resultado del trabajo. Esa cuota de sorpresa es para muchos un desafío a la paciencia: descubrir los fallos, incorporarlos al aprendizaje y usarlos a tu favor.
En palabras de Daido Moriyama, fotógrafo japonés conocido por su registro del erotismo y la ciudad: "Es más bien en el cuarto oscuro, cuando uso técnicas análogas y cuando veo la imagen surgir lentamente en la superficie fotosensible, que reacciono al impacto concreto que 'el mundo nunca antes visto' ha tenido en mí. Es en el cuarto oscuro en que encuentro, inesperadamente, 'un ser-yo-mismo nunca antes visto'."
Daido Moriyama, 'Shashin to no taiwa' (Un diálogo con la fotografía), Seikosha, 1995, p. 122.
(Foto de portada: Daido Moriyama)
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